La palabra “gentrificación” genera opiniones encontradas. Para algunos, representa renovación, plusvalía y mejora urbana. Para otros, es sinónimo de desplazamiento, desigualdad y pérdida de identidad comunitaria. En ciudades como Tijuana, donde el crecimiento inmobiliario se ha acelerado por su cercanía con San Diego y la llegada de nuevos perfiles como nómadas digitales o inversionistas extranjeros, el debate está más vivo que nunca.
Pero ¿qué tanto de lo que se dice sobre la gentrificación es mito y qué está respaldado por la evidencia? Aquí lo analizamos con un enfoque educativo, accesible y útil para compradores, inversionistas y residentes que desean entender mejor este fenómeno.
¿Qué es la gentrificación?
Es un proceso urbano mediante el cual una zona deteriorada o de bajos ingresos atrae inversión, renovación y nuevos residentes con mayor poder adquisitivo. Esto eleva los precios de renta y venta, transforma los negocios locales, y puede mejorar infraestructura y seguridad. Sin embargo, también puede provocar que los residentes originales ya no puedan pagar el costo de vivir allí.
Mito 1: “La gentrificación solo beneficia a los ricos”
Realidad:
Aunque es cierto que los nuevos residentes con mayor ingreso suelen beneficiarse de mejores servicios, seguridad y conectividad, también puede haber mejoras para la comunidad original: nuevos parques, alumbrado público, transporte más eficiente y desarrollo económico.
El problema aparece cuando las políticas públicas no protegen a los residentes originales, generando desplazamiento. La clave está en la planificación urbana inclusiva.
Mito 2: “Gentrificación es igual a desplazamiento forzoso”
Realidad:
No en todos los casos. Estudios en diversas ciudades muestran que, aunque hay un riesgo real de desplazamiento indirecto (aumento de rentas, impuestos o costos de vida), no todos los residentes se van. Algunos se adaptan, otros se benefician y otros deciden vender sus propiedades a buen precio.
En Tijuana, muchas colonias en transformación (como la Cacho, el Centro o Playas) mantienen una mezcla de residentes antiguos y nuevos, al menos en las primeras etapas.
Mito 3: “La gentrificación destruye la identidad del barrio”
Realidad:
Puede pasar, pero no es automático. En muchos casos, la identidad evoluciona en lugar de desaparecer. Lo tradicional puede convivir con lo moderno si se fomenta el respeto a la cultura local, los negocios familiares y las dinámicas sociales existentes.
Todo depende del enfoque con que se haga la inversión y del diálogo entre nuevos y antiguos residentes.
Mito 4: “Es mejor dejar los barrios como están para no gentrificarlos”
Realidad:
La falta de inversión también tiene consecuencias: deterioro urbano, inseguridad, fuga de talento y pérdida de oportunidades. El reto no es evitar la inversión, sino dirigirla de forma responsable y justa.
Desarrollo no tiene que ser sinónimo de exclusión. Existen modelos de regeneración urbana con participación vecinal, vivienda accesible y fomento a negocios locales.
Mito 5: “Solo los extranjeros causan gentrificación”
Realidad:
En Tijuana, los extranjeros sí han influido en la transformación de zonas específicas, pero también hay inversionistas locales, tijuanenses de clase media y alta que regresan a zonas céntricas o tradicionales, además de nómadas digitales mexicanos.
La gentrificación es un fenómeno complejo y multifactorial: no se trata solo de quién llega, sino de cómo cambian los precios, las políticas públicas y las dinámicas comunitarias.
¿Qué dice la evidencia?
- Los efectos son mixtos. Algunas familias mejoran su entorno, otras son desplazadas.
- La gentrificación sin regulación tiende a favorecer solo a nuevos residentes.
- Los programas de vivienda asequible, protección al inquilino y participación comunitaria son clave para mitigar efectos negativos.
- La plusvalía no es mala en sí, pero debe estar acompañada de acciones que garanticen acceso y equidad.
¿Qué pueden hacer los compradores e inversionistas responsables?
- Invertir con conciencia social: elegir proyectos que respeten el entorno.
- Apoyar negocios locales: desde cafés hasta servicios comunitarios.
- No especular con propiedades: comprar para habitar o rentar con responsabilidad.
- Participar en la comunidad: conocer a vecinos, apoyar causas locales.
- Promover inclusión: elegir desarrollos con enfoque mixto y accesible.
¿Y el papel del gobierno?
Fundamental. Sin políticas públicas claras, la gentrificación puede ser injusta. Las autoridades pueden:
- Regular rentas.
- Ofrecer subsidios para vivienda.
- Fomentar la participación vecinal en nuevos proyectos.
- Incentivar la vivienda social en zonas con alto desarrollo.
Conclusión
La gentrificación no es ni totalmente buena ni totalmente mala. Es un fenómeno urbano inevitable en ciudades que crecen, como Tijuana. Lo importante es informarse, entender sus efectos reales y participar activamente en el desarrollo de la ciudad.
Para quienes buscan invertir o vivir en Tijuana, es posible hacerlo de forma responsable, generando valor sin contribuir al desplazamiento o la exclusión.
Porque al final, una ciudad sana es aquella donde hay espacio para todos: quienes llegan, quienes vuelven y quienes han estado ahí desde siempre.
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